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Fulgencio Meseguer, el inversor emocional que apuesta por Jerez

“Cuando invierto es porque detrás hay una ilusión personal o hay un socio enamorado de un proyecto”, apunta el máximo responsable del Grupo Mesgal

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  • Fulgencio Meseguer en las Bodegas Cayetano del Pino. -
  • El proyecto del Centro Cultural San Dionisio estará listo dentro de dos años y las obras comenzarán en noviembre
  • “Mi día a día en Jaén era ir a 200 kilómetros por hora, surgían cambios de todo y tenías que reaccionar. El mundo de la bodega no es así"
  • “Hemos de hacer ese cambio de la sociedad en la que se valore, además del sueldo, una calidad de vida en el territorio, una fidelidad con la empresa"

En enero de 2020, la empresa Software Delsol, con sede en la provincia de Jaén, fue noticia de portada a nivel nacional al convertirse en la primera del país en implantar la jornada laboral de cuatro días. Detrás de aquella iniciativa se encontraba el empresario jerezano Fulgencio Meseguer, y no se trataba, ni mucho menos, de una ocurrencia, sino de la consecuencia de una filosofía de trabajo basada en la “responsabilidad social corporativa” que venía aplicando en su centro de trabajo en Mengíbar.

“Me apetecía poder aportar algo a Jerez, pero a mi nivel. Yo no soy un mecenas, pero si puedo aportar algo, crear empleo, impulsar el mundo cultural, pues lo haré”

Apenas un año después, Meseguer volvió a ser noticia por la millonaria venta de su empresa a la firma italiana Team System, una de las tres ofertas internacionales presentadas para la adquisición de su negocio de fabricación de software de gestión orientado a la pequeña y mediana empresa, tras situarlo en posiciones top en número de clientes. Tampoco fue algo imprevisto, sino que formaba parte de un proceso que venía madurando desde una década atrás. Sin embargo, lo que en apariencia iba a convertirse en una especie de jubilación anticipada -“me equivoqué en lo de comprar tiempo”, admite en esta entrevista-, le ha abierto la puerta a la ampliación de su actividad empresarial e inversora.

Él mismo lo reconoce: “Son inversiones muy emocionales. Es decir, si entiendo que he de invertir es porque detrás de eso hay un socio enamorado o hay una ilusión mía personal por llevar algo adelante”. Y entre esas inversiones se encuentran las que viene realizando desde hace un año en su ciudad natal: la compra del Palacio de la Condesa de Casares, la viña de Cerro Obregón y las Bodegas Cayetano del Pino; además de su apoyo a la financiación de las obras de restauración de la fachada de la Iglesia de San Dionisio. El suyo se ha convertido en uno de los grandes nombres propios del año en Jerez y, obviamente, su teléfono no para de sonar a diario para invitarlo a realizar otras inversiones o solicitar su apoyo altruista, aunque advierte: “No soy un mecenas, pero si puedo aportar algo, crear empleo, impulsar el mundo cultural, pues lo haré”.

Quienes mejor lo conocen aseguran que detrás de este empresario de éxito se encuentra una persona con un “extraordinario talento para los negocios”, aunque lo que verdaderamente le interesa potenciar en este momento son sus estrechos vínculos tanto con Jerez como con Jaén -“me han tocado las dos provincias más jodidas de España”, subraya para reafirmar su compromiso con ambas-, a las que pretende devolver todo lo que le han dado con “generosidad”.

Sin embargo, tampoco conviene precipitarse. Para entender mejor su historia, es preferible seguir el esquema narrativo clásico, como hacía Dickens en David Copperfield; es decir, remontándose a su infancia y juventud hasta llegar a su regreso a la ciudad natal. Fulgencio Meseguer estudió en el Colegio La Salle y después hizo el Bachillerato en el Coloma. Hasta cumplir con la llamada a filas, estuvo trabajando en el taller de reparaciones electrónicas que tenía su padre, donde arreglaba aparatos de radio, televisiones y vídeos principalmente. “Al volver de la mili me enganché a la informática, y me especialicé en el desarrollo de softwares para gestión de empresas. Y se me dio bien”. Tanto que, tras una experiencia inicial junto a otro socio, terminó por fundar  Software Delsol poco antes de casarse e instalarse en Jaén, a donde se mudó en 1993. Tenía entonces 28 años.

Fue un momento muy delicado, justo después de la crisis del 92. “Uno montaba su empresa por autosupervivencia. Éramos una generación de autoempleo con el fin de buscarte tu futuro. Sin pretensiones de crear una gran empresa ni mucho menos. Mi empresa ideal en ese momento sería tener tres trabajadores y yo cuatro, no era más”. Y sin embargo, terminó contando con una plantilla de 185 empleados y trasladándose hace siete años a unas instalaciones más grandes al municipio de Mengíbar.

¿La clave del éxito? Fue el primero en ofrecer software gratuito. “Hace 23 años eso era algo inaudito. Entonces ni se entendía. La gente decía que qué me estaba pasando para hacer esto, y hoy en día se entiende que cualquier móvil tenga sus apps gratuitas, y no hay ningún tipo de problema, pero entonces no se entendía ni mucho menos”. Aquella iniciativa no solo cimentó la base del éxito de Software Delsol, sino que dio sentido al germen de su propia filosofía empresarial: “El hecho de ser generoso en ese sentido fue al final una estrategia que me salió bien. Y no fue siquiera estrategia, sino la seguridad y la sensación de que si lo regalaba, el cliente me iba a contratar después otros servicios y me iba a renovar”.

Pero es a medida que la empresa va creciendo y ganando en relevancia cuando comienza a cambiar igualmente su modo de entender el mundo empresarial. “Poco a poco fui adquiriendo una visión más social de todo el negocio, del cuidado del trabajador, de aportar más a la sociedad, más en otros sentidos que no el puro y duro de ganar dinero u obtener el máximo beneficio. Yo siempre he mirado a la empresa, sobre todo en los últimos quince años bajo ese enfoque, en el que realmente la empresa es un medio y el trabajador es el fin. Siempre lo he enfocado todo a lo que es el equipo humano de las empresas”.

Fruto de esa visión surge la propuesta de las cuatro jornadas laborales. “Desde ese día se siguen recibiendo a diario solicitudes de entrevistas, nos piden participar en conferencias, mesas redondas, para que expliquemos el por qué lo hemos hecho”. Y no han sido muchas, pero sí hay ya otras empresas en España que han seguido sus pasos, “pero es cierto que no es sencillo, ya que tiene que tener un componente de generosidad y de entender que el trabajo que se hace en cinco días se puede hacer en cuatro si el trabajador está a gusto”.

En plena cresta de la ola, Meseguer decidió dar un paso al lado o, mejor dicho, cumplir con un plan preestablecido desde que cumplió los 45 años: “Por entonces ya sabía que mi empresa iba muy bien y que se podía hacer el proceso de venta a futuro, y me dije que a los 55 años me jubilaba. Pero a lo mejor me equivoqué al elegir el término jubilación, ya que no ha sido eso, sino el objetivo de asegurar el patrimonio de mis hijos, de mi familia y el mío también”. Así, cumplido el plazo previsto, inició la negociación de la venta del 100% del capital de la compañía, sellado en febrero de 2021. Él no habló entonces de venta, sino de “desinvertir”, pero “a partir de ahí, cuando quieres asegurar ese patrimonio, surge de nuevo la obligación de invertir, y ¿en qué voy a invertir si lo que yo sé es crear empresas?. Pues en empresas”. Y, como defiende, desde un punto de vista “emocional”.

“Actualmente participo en 17 sociedades de muy diversa índole, con sectores muy diferentes, que no es que me aseguren nada, sino por probar también”. Lo hace a través del Grupo Mesgal, que está impulsando proyectos de diversa índole, desde el apoyo a emprendedores de toda Andalucía a través de la Fundación que lleva su propio nombre, a empresas como Planetarium go, que promueve la primera flota de planetarios portátiles rígidos del mundo, la app Stimulus, para personas que presenten déficits a nivel cognitivo, la start-up Lagarto tours, la editorial Tintablanca, especializada en el mundo de los viajes, la cultura y el arte, o Inversiones Inmobiliarias Mesgal, dedicada a la compraventa de bienes inmobiliarios por cuenta propia, y que es la encargada del proyecto del futuro Centro Cultural San Dionisio en Jerez.

 “La edad te obliga a replantearte las situaciones. Mis hijos son ya mayores y eso te da cierta libertad a la hora de decidir dónde poder invertir o dónde poder regresar. Mi idea inicial era como un regreso, lento, a mi ciudad. Empecé con la idea de invertir y aportar en Jerez, donde no tenía ese reconocimiento que sí tengo en Jaén, o no como tal, porque mi ego no es tan grande, pero sí con la idea de ser un poquito profeta en tu tierra.  Y es normal que lo invierta más en Jerez que en San Sebastián, porque a Jerez y a la gente de aquí me une más, y sé de lo que adolece la ciudad”, explica.

En este sentido, su primera inversión, la adquisición del Palacio de la Condesa de Casares y el proyecto para convertirlo en Centro Cultural estará en dos años. El objetivo es que las obras de rehabilitación comiencen en noviembre. “Mi idea básica era crear un hotel chulo en el centro, ya que el emplazamiento es espectacular. Pero después empecé a transformarlo y a abrir el edificio un poco más a la ciudad, y vi la opción de crear un centro cultural, para que el jerezano también pueda disfrutar del inmueble”. Así, el diseño contempla en la planta central, que es la más grande, seis salas para uso expositivo, conciertos, presentaciones… -“pero siempre alrededor de la cultura”-. La planta baja estará dedicada a una zona de restauración y en la planta alta habrá oficinas para alquiler. “Es un mix entre la búsqueda de la rentabilidad y ofrecer a la ciudad un nuevo espacio para la cultura”, subraya.

Un proyecto al que ligó asimismo su apoyo a la restauración de la fachada de la Iglesia de San Dionisio. “Yo no pensé nunca en restaurar la fachada de la Iglesia de San Dionisio, pero te asomas al balcón del palacio y te dices “tengo que ayudar a solucionar eso”. A mí la generosidad siempre me ha salido bien.  Son cuestiones que la vida te va hilando de forma muy extraña, pero me ha salido bien siempre eso”. De hecho, reconoce estar planteándose ampliar un poco el fin de su Fundación -destinada al apoyo de iniciativas emprendedoras- para poder asumir ciertos proyectos de tipo patrimonial o cultural. “Pero en principio, lo que es la restauración de la fachada, y lo que hago a favor del tema cultural, sale de mi bolsillo, no de la fundación ni de ninguna sociedad mía”.

Fulgencio Meseguer durante esta entrevista.

Al proyecto del centro cultural se ha sumado ya en este 2022 su incorporación al sector del vino. “La viña era lo último que quería hacer. Yo no quería comprar viñas ni mucho menos, porque soy informático, cuadriculado, muy de ciencias… Y eso de que la cosecha dependiera de que si llovía o no llovía, de si hacía viento o no hacía viento, de la humedad, el calor… eso me ponía muy nervioso. Sin embargo, por hacer un favor, fui a conocer esa viña. Fue entrar y enamorarme, y decidí comprarla, porque si miras por detrás sí ves su rentabilidad, ves que no es una locura y que la puedes encuadrar en una inversión. Pero yo no sabía nada ni del viñedo, ni del negocio del vino. Hoy día me intento formar para poder llegar a hablar de tú a tú a un bodeguero. Pero yo no me considero bodeguero, soy un empresario de bodega; a mí me viene muy grande por ahora el hecho de que me llamen bodeguero”.

El empresario jerezano Fulgencio Meseguer en las Bodegas Cayetano del Pino de la plaza Silos, ante una selección de sus célebres amontillados y palos cortado.

Meseguer no tenía ascendentes en el mundo del vino, ni nada que le empujara a invertir en este negocio, “pero empiezas a entrar en el mundo del vino y te enamoras, y quieres más, y ves qué es lo que puedes hacer. Aparte el mundo de la bodega es mucho más tranquilo que el del negocio del software, por ejemplo. Mi día a día en Jaén era ir a 200 kilómetros por hora, porque surgían cambios de legislación, cambios de plataforma, cambios de sistemas operativos, cambios de todo, y tenías que reaccionar muy rápidamente. El mundo éste no. El mundo éste si no haces gran cosa, el vino sigue envejeciendo, y no vas a perderle valor. Es un mundo muy diferente y disruptivo con respecto a lo que yo estaba acostumbrado y me ha llamado mucho la atención”.

Un mundo en el que se ha introducido, como es norma esencial en su filosofía de trabajo, de la mano de buenos equipos. “Los equipos son esenciales. El que va a ganar al cliente es el equipo, no el dueño o el jefe de todo esto. Eso lo tengo claro desde siempre”. Y para ello insiste en captar el “talento”. “Primero hay que captarlo, pero el mantenerlo es todavía más difícil”, de ahí que insista en la importancia de crear buenos entornos de trabajo, atendiendo igualmente a los cambios que debe afrontar la sociedad actual. “Hemos de hacer ese cambio de la sociedad en la que se valore además del sueldo, una calidad de vida en el territorio, una fidelidad con la empresa. Es esencial”.

Meseguer asegura que “siempre” ha trabajado “sin observar” a su competencia. “Se puede hacer el trabajo e ir a mejor en cualquier actividad. Me dicen que el mundo del vino es complicado, y es así, pero veo también un  mundo de posibilidades”. Tiene por delante muchas páginas en blanco para completar ésa y otras historias, y las emociones que las nutren.

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