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'Jurado nº2': un combate sobre cuestiones morales frente a la necesidad de hacer justicia

Pese a un guión que flirtea con lo inverosímil, Eastwood saca enorme partido a su excelente casting e incide en cuestiones muy presentes en su filmografía

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El cineasta portugués Manoel de Oliveira falleció a los 106 años. Es hasta la fecha uno de los dos únicos directores de la historia del cine que ha dirigido una película superado el centenario. Clint Eastwood acaba de estrenar su último trabajo a los 94 y no sabemos si será capaz de subir al inusual podio, pero en diferentes entrevistas ha reivindicado el entusiasmo que siente a la hora de seguir haciendo cine.

Ese entusiasmo está presente en Jurado nº2 desde el punto de vista narrativo, puesto que, frente a un guión que roza en ocasiones con lo inverosímil, sabe incidir en cuestiones muy presentes en su filmografía, desde el sentido de la justicia al papel de la figura paterna, desde los dilemas morales al compromiso ciudadano.

Pero, asimismo, es una película de personajes, que depende mucho del trabajo de su reparto coral, e Eastwood sabe sacarle un partido extraordinario, comenzando por una actriz que lo hace todo bien y que aquí está sensacional, Toni Collette, y siguiendo por un plantel de secundarios brillante, desde JK Simmons a Chris Messina, Zoey Deutch y un estropeado Kiefer Sutherland. El protagonista, Nicholas Hoult, en su primer papel principal de relevancia, también destaca, pero a veces parece incómodo, y no porque incómoda sea la encrucijada en la que le sitúa la historia, sino porque parecen venirle grandes las emociones con las que tiene que lidiar. 

De fondo, un thriller judicial con más peso dramático que intriga, y sobre el que pesa la alargada sombra de Doce hombres sin piedad, aunque no sea en este caso lo fundamental de la historia, sino las circunstancias que obligan a uno de los integrantes del jurado a desviarse de la unanimidad bajo la que afrontan el veredicto sobre el supuesto asesinato de una joven del que han acusado a su pareja tras discutir en el interior de un bar.

En este sentido, Eastwood es tan hábil mostrando sus cartas desde el inicio, como ocultándolas a medida que va avanzando la trama, hasta el punto de sostener con intensidad el suspense que rodea sus posibles finales. De hecho, son dos en uno, y obliga a que el espectador se plantee por cuál de los dos se habría decantado. Él lo tiene claro, por eso el epílogo y la sabiduría de cortar a negro cuando todo está dicho.

Es cierto que no estamos ante una película memorable -apenas llega al notable- y que el hecho de que lleve la firma del autor de Sin perdón, Bird o Un mundo perfecto, te condiciona como espectador, te vuelve magnánimo. La cuestión es que no es tanto lo que cuenta, sino cómo lo cuenta, e Estwood ha hecho de la cadencia de sus imágenes y de la progresión de sus historias una seña de identidad que remite a un tipo de cine que ya no se hace. Con eso me basta.

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