A ninguno les llama la música, ni el ir de costero a costero, ni el bullicio, les llama solo Ella, la Madre
Me pierdo, nos perdemos a veces los cofrades en los detalles de la estética, en los problemas de los horarios, en las formas de los costaleros, en los pequeños asuntos de los desfiles procesionales y nos desviamos, en ocasiones, del horizonte de la fe que mueve las montañas de los sentimientos de los hombres y las mujeres, la realidad de la fuerza de una Imagen, de un Cristo o de una Virgen. Recuerdo un día cualquiera de un año cualquiera que un hermano de una cofradía, que había salido a disgusto de un cabildo donde se había decidido cambiar de capataz del paso de misterio, me decía que “nos perdemos en las historias de cómo camina el paso, de que se puede ir de esta u otra manera y nos olvidamos que lo importante es que lo que va arriba, que lo trascendente es Él, que la gente acude a la Iglesia a su encuentro, que va detrás del paso por Él y a esa gente le da igual si el misterio va de una manera u otra”. Reflexionaba sobre esas palabras, que no son de ayer, ni siquiera de antesdeayer, cuando veía el numerosísimo cortejo de Amor y Sacrificio, cuando observaba la pujanza de los nuevos cofrades de la cofradía ignaciana, cuando me conmovía el silencio de las personas que estaban en las abarrotadas aceras. A ninguno les llama la música, ni el ir de costero a costero, les llama solo Ella, La Madre.