Contigo se fue la última luna, la que tornaba la tarde en noche. Esa caprichosa, misteriosa y enduendada epifanía al verte pisar el albero en tus sólo tuyos andares perezosos y enjundiosos, cual caballo cartujano que sobre la orilla moja sus cascos. Contigo esa maravillosa incertidumbre del todo y la nada, moneda que en el aire vuela, con su cara y su cruz que sobre el albero espera.
Contigo la canela y el clavo, cuando tus muñecas que sobre el percal se esparcen, tan tuya la tela como tú de ella, capote que rosa y azul aguarda, tú corinto y azabache esperas y el toro que fiero galopa sorteando barreras buscando prender entre su pitones a la muerte incierta. Contigo la verónica, que duerme a Cristo muerto, cobra su real nombre, pues acaricias la tragedia sin ocultar su drama terrible.
Conspicuo del milagro, dueño del terreno y albero, derramas tu duende como bota que su vino esparce, emborrachando de aromas el tendido que arde.
Contigo la locura, el fuego y su compás que se yerguen en tu cintura santiaguera, soniquete de una raza que de fatigas sabe más que nadie. Contigo la chicuelina al paso, la media y la serpentina, el acabose y el escalofrío, el cante gitano y las camisas partías. Ya el toro es cómplice, amigo más que enemigo, amor más que odio… que a tu roja muleta atiende como pozo que espera al agua, como sangre a la herida que tu cadera danza y abraza. Contigo la cintura rota, el desgarro doloroso y gozoso de un codilleo sin pecado.
Contigo la belleza última y desesperada, la de la naturaleza oculta, oscura y fatal, que seduce y cautiva como el puñal a la herida. Contigo el muletazo de frente, el trincherazo, y el molinete, sueño o desvarío de una tarde inexplicable, aquella en la que se hizo noche entre lágrimas que a la luna di y hoy o cuando ella quiere esparce en bronce y plata.
Contigo el martinete y la toná, el yunque y la fragua, seguiriya que arrebata sin necesidad ni porqué. Contigo el cielo y el infierno, la bronca o el clamor, genialidades que por genio no supo dominar su genialidad. Pues el soplo llega cuando quiere y no cuando uno desea. Pues le dio Dios tanto el milagro como la condena.
Contigo la lucha y la desazón del querer y no entender que lo sublime está al filo del abismo, como la luz de su sombra. El misterio de un milagro que aparecía sólo de cuando en cuando y de donde en donde, como astros que se alinean para crear un universo único e irrepetible.
Fragilidad y arrebato en aras de la más bella tragedia, pues sólo tú supiste de tan trágica belleza. Tan venerado como criticado, pues dime quiénes son tus enemigos y sabré de tu importancia… Rafael ha padecido las críticas más feroces y envenenadas, inequívoca razón o sinrazón de lo desbocado de su pasión.
55 años de aquel 9 de septiembre cuando Ronda te vio tomar la alternativa. Descubierto por Bernardo Muñoz, “Carnicerito de Málaga”. Admirado por el mismísimo Pasmo de Triana, don Juan Belmonte. Bautizado artísticamente con el arcangélico sobrenombre “de Paula” por don José María de Cossío. Poetizado por Bergamín, Pemán, Antonio Murciano o Benítez Reyes. Sueño de los pinceles de Ramón Gaya, Juan Lara, Paco Toro o García Campos.
Contigo la espiga, el barro y el hierro. El eco de una voz desgastada y mal hería, arcángel santiaguero de la torería, tallado por los ecos de la calle Cantarería. 55 años… ya telúricos y neblinosos, y siguen temblando los versos de Montero Galvache: “Cairel del temple, Partenón gitano”.