En estos últimos días del año siempre se me viene a la mente la película ‘Atrapado en el tiempo’ (El día de la marmota, Groundhog Day) en la que un joven Bill Murray (se estrenó en 1993) revivía una y otra vez aquel dos de febrero condenado por su carácter egoísta y pesimista, junto a una bellísima Andie McDowell.
Atrapado en un bucle del tiempo, el protagonista aprende poco a poco que la vida está llena de pequeñas cosas que son las más importantes y que sólo depende de nuestra actitud frente a ellas para cambiar las cosas. Mensaje que a simple vista parece simplón pero que entraña mucho más de lo que parece.
Hoy, en el penúltimo día del año, revolotean sobre nosotros la bandada de pájaros de las buenas intenciones, de las promesas de abandonar malos hábitos y de adquirir otros mejores. Promesas que tienen remiendos en los codos de tanto esperar a ser cumplidas y que sólo son invitadas en estas fechas.
Sin embargo, mientras Phil Connors (Bill Murray) necesitó ver una y otra vez delante de sus ojos la misma realidad para percatarse de qué fallaba en su vida, nosotros comemos una a una las doce uvas con los ojos cerrados y prometiendo dejar de fumar, volver al gimnasio o aprender inglés, como una desgastada letanía de coartadas para paliar tanta rutina.
Y el uno de enero vuelve a ser el día de la marmota, y el dos, el tres, febrero, marzo, abril, verano, otoño y vuelta a empezar. ¿No le agota este bucle donde las portadas de los periódicos se repiten una y otra vez, los comunicados de las bandas terroristas, los alcaldes, presidentes y ministros con su corte de agradaores, las mentiras, y las mismas fotos de la pobreza?
Abramos los ojos y miremos a nuestro alrededor, a esa pequeña y cotidiana realidad que cada año envejece a nuestro lado con la fecha de caducidad de nuestra indiferencia. Esa indiferencia que nos inocula el virus de la falsa inmortalidad.
No nos engañemos, todos los días son 31 de diciembre en nuestras manos. En esas manos que tienen la capacidad de derribar los muros del egoísmo y construir los puentes de la generosidad. Puentes en los que el secreto de su resistencia está en los pequeños ladrillos, en los pequeños gestos, en la fuerza de todas las manos.
Sólo depende de nosotros que podamos escapar del día de la marmota.