Hace un par de semanas, la alcaldesa de Jerez realizó una visita a la plaza Belén para inspeccionar el avance de los proyectos en marcha en esa zona del centro histórico y dejó algunos entrecomillados rebosantes de optimismo. Poco después recibí un mensaje en el móvil que decía: “Esto hubo alguien que lo soñó antes”.
Efectivamente, muchos de los proyectos en marcha en el Jerez intramuros fueron impulsados por el anterior gobierno del PSOE, desde el concepto de plataforma única que se ha ido expandiendo por diferentes calles de la mano de fondos europeos, hasta la puesta en valor de ese mismo enclave en el que se ha ubicado el Museo de Lola Flores y el futuro Centro Cultural dedicado igualmente a La Faraona, que se verá arropado muy pronto con el Museo del Flamenco de Andalucía y varios hoteles de nueva creación.
Es importante subrayar que “hubo alguien que lo soñó antes”, pero también que, pese al cambio de gobierno, ese mismo sueño ha tenido continuidad, sobre todo por romper con cierta dinámica generalizada, como si viniese marcada por una regla no escrita, que insiste en tumbar todo lo planteado por el ejecutivo saliente después de unas elecciones.
Cada partido es dueño de su propio programa y de su propio ideario, pero hay determinadas cuestiones para las que se hace necesario un pacto de ciudad que, en este caso, se ha puesto de manifiesto por la vía de los hechos sin necesidad de una firma.
Algo similar ha ocurrido con la candidatura de Jerez a Capital Europea de la Cultura, proyecto impulsado en su momento por el socialista Francisco Camas. Pueden levantar la mano todos los que estaban convencidos de que con la llegada del PP al Ayuntamiento la iniciativa iba a terminar encerrada en un cajón. Y sin embargo no ha sido así. Más aún, se ha convertido en uno de los ejes sobre los que pivota buena parte de la acción de gobierno de María José García-Pelayo, que ha sabido ver las posibilidades de promoción y de futuro vinculadas a la candidatura.
Esta semana se ha presentado la Oficina Técnica de la Capitalidad y queda por delante casi todo un año para preparar el “examen” que hay que aprobar para superar el primer corte: de las nueve ciudades candidatas se seleccionarán dos para el examen final.
Dicho así, tiene todos los visos de una competición, y sin embargo “esto no es un concurso de belleza”, como ha llegado a subrayar Javier Sánchez Rojas, ya que quienes nos ponemos a prueba somos nosotros mismos, no con respecto a otras ciudades, sino con respecto a nuestras propias aspiraciones como ciudad.
Si fuera un concurso de belleza, o patrimonial, sería muy difícil competir con Granada y su Alhambra, y no va de eso. De hecho, infunden más respeto las preguntas a las que hay que dar respuesta en el cuestionario del examen que la historia, los monumentos y la agenda de las demás ciudades aspirantes. Y esas preguntas van encaminadas a enfrentarnos con nuestra propia capacidad para transformar la ciudad de la mano de la cultura. Las respuestas han de limitarse a concretar cómo lograrlo.
Es lo primero que hay que tener presente. Lo segundo es que hay muy altas probabilidades de que Jerez no sea la ciudad elegida, de la misma forma que no lo han sido varios centenares de ciudades europeas candidatas desde que se creó esta distinción a mediados de los años 80. De ahí la importancia del camino emprendido, de que el trabajo que se realice a partir de ahora no quede en papel mojado, sino que suponga los cimientos de algo más grande, que contribuya a fortalecer las aspiraciones de Jerez como referente cultural, porque hay tan buenos ejemplos en ciudades elegidas como entre las que no lo fueron, y el caso más cercano lo tenemos en Málaga, referente hoy día como “ciudad de los museos”. Ese camino ahora dura un año, puede durar seis más, o lo que estemos dispuestos, siempre que creamos en ello.