Las nueve de la noche. Lunes. Mis niños ya han cenado y se están cepillando los dientes como paso previo para irse a la cama. Me suena el teléfono… un mensaje de ‘wasap’. Es Ana Huguet… una de las periodistas que más admiro (lo cierto es que la mayoría me parecen panolis) y directora del informativo de 7TV en la provincia de Cádiz, esa en la que me hallo. “Mañana martes, día 3 de octubre, a las 9 horas, al acto de bienvenida a los ibis eremitas que llegan volando desde Viena, uniéndose las dos colonias. El acto tendrá lugar en el aviario de San Ambrosio, en Barbate”… “@Younes Nachett, ¿tú controlas esto?”. ¿Yo controlo el qué?, pienso mientras escribo que ‘ok’, allí estaré… Me dice que tiene un vídeo: “Te paso un vídeo de cómo los están trayendo. Siguen a dos monitoras con las que se relacionan. Como te digo, los traen desde Viena y llegan mañana a Barbate. El objetivo es traer variantes genéticas de ibis aquí para que se puedan reproducir sin riesgo a la consanguinidad porque los de aquí son 'primos' y no se pueden cruzar para la reproducción porque la especie se iría debilitando y tendrían malformaciones congénitas”. Miro el vídeo, los pájaros siguen a unos aviones ultraligeros… Mola.
Abro las ventanas y me llega la brisa del Atlántico que está a un par de kilómetros del aviario. Allí, en las playas de Caños de Meca, no hace mucho, asistí a otra llegada. A otra migración pero no de aves, sino de seres humanos. No hubo canciones, ni escolares, ni políticos, ni disfraces, ni ecologMartes. Salgo de casa sobre las ocho de la mañana. Quiero llegar temprano no sea que al ibis le dé por adelantarse. Llego a la zona en cuestión y lo primero que me llama la atención es la gran cantidad de coches aparcados en fila india a un lado de un carril de mierda. Joder, pensé que apenas estaría un servidor y algún que otro concejal y delegado territorial que al igual que yo deben justificar su sueldo. Aquello estaba petado… Cámaras, ecologistas, conservacionistas, austríacos (muchos rubios auténticos), protección civil, políticos y un puñado enorme de escolares acompañados por sus maestros y monitores. Y en una jaula, una treintena de Ibis…
No es que llegase tarde, es que a causa del fuerte viento de levante tuvieron que suspender la migración y bajarse en la Sierra de Cádiz. Pero los organizadores dicen que nos van a recrear la llegada, sobre todo para obtener imágenes. Todo un poco falso, pero bueno, cualquiera aguanta a Huguet si le digo que estaba todo el pescado vendido.
Pienso que esos ibis que se suponen deben recorrer 2.300 kilómetros una vez que se conozcan la ruta, son un poco pijos y sibaritas… “Pues yo no vuelo más, paso del levante”… así no se emigra. Para emigrar hay que echarle huevos (no en plan machista, sino porque son aves).
Cojo unos totales y grabo el simulacro de llegada. Dos muchachas rubias salen corriendo hacia los ultraligeros mientras chillan y alzan las manos. Los ibis las siguen… lo flipo. El avión que parece un ventilador de un salón de bodas de cualquier venta de carretera, alza el vuelo y los pájaros le siguen la estela… lo flipo. Aterriza a los veinte segundos y los pájaros se posan en el suelo alrededor de sus dos madres adoptivas que van vestidas de amarillo. El público y los medios debemos mantenernos alejados para que no se alteren. Como mi cámara (del móvil) no es gran cosa, me acerco un poco y un colega me regaña… Avergonzado me doy la vuelta y me clavo una rama de olivo seco en la frente… sus muertos, pienso.
Salen tres personas disfrazadas de ibis o algo así. Dos de ellas en plan chamanes y la otra con un disfraz como de peluche de esos que se ponen en las puertas de los parques temáticos. Encienden un altavoz y suena una canción infantil y mal escrita con el ibis de protagonista. Los que están disfrazados tratan de bailar pero la música tiene menos ritmo que el hormigón armado. Los niños ni se inmutan… sueñan con el momento en el que sus padres les dejarán jugar con el móvil… conozco esas miradas.
Termina el acto con obsequios, fotos de grupo y hablan los responsables del proyecto, una mamá adoptiva, dos concejales, uno de Barbate y otro de Jerez, y un subdirector de un área de la Junta. Les tomamos declaraciones y todos dicen lo mismo: esto es muy importante, damos nuestro apoyo, estamos sensibilizados… ¡puag! Qué poco originales son los políticos y qué previsibles y qué bien se visten para ser las nueve de la mañana.
Regreso al coche. Abro las ventanas y me llega la brisa del Atlántico que está a un par de kilómetros del aviario. Allí, en las playas de Caños de Meca, no hace mucho, asistí a otra llegada. A otra migración pero no de aves, sino de seres humanos. No hubo canciones, ni escolares, ni políticos, ni disfraces, ni ecologistas… solo agentes de la guardia civil tratando de recuperar dos decenas de cuerpos sin vida de jóvenes de apenas veinte años. A los medios sí nos dejaban acercarnos a la orilla para fotografiar los cadáveres que arrastraban las olas. Lo sé, es demagogia, lo sé. No me culpen… no crean que estoy en contra de que se monte una fiesta para traer a un puñado de pájaros que se extinguieron hace 400 años. Por mí como si quieren darle una tarta de nata con gusanos. Pero qué quieren que les diga, sí estoy en contra de que dejemos morir a miles de humanos por el hecho de que sean pobres, por el hecho de nacer en el lado oscuro de la historia, por el hecho de que no sean ibis eremitas criados en Viena. No hace falta que se les haga una fiesta, o que cuando llegue una patera vengan a darles la mano un par de concejales y un representante de la Junta… Basta con que trabajemos para que no se ahoguen, trabajar para construir un mundo en el que todos tengamos alas para sobrevolar las putas fronteras. Un mundo que no te crucifique por nacer sin bolsillos. Un mundo donde no haya tantísima diferencia entre cómo vive y tratan y come un perro al que tengan como mascota una familia de Tribeca, al oeste de Lower Manhattan, y un niño abandonado en un campamento en Somalia. Sí, es demagogia, pero no sé, hoy me ha dado por ahí.
Llamé a Huguet… “Tengo para colas y unos totales… Pero tengo la impresión que parece que es mejor ser ibis que ser moro, vamos que me cambiaba por ese pájaro”. Nos reímos con tristeza, pero bueno, esto no va de razas esto va de pobreza. Las ratas de Viena me darán la razón, a ellas seguro que no las tratan tan bien y deben malvivir en las alcantarillas. Ellas también soñarán con ser ibis y que un puto flautista las cuide. Para los pobres, todo es frontera. Sí, que sí, que es demagogia. Demagogia barata, pero es que vaya mundo más chufla nos hemos inventado, vaya mundo más extraño nos ha quedado.