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La paradoja del aceite de oliva virgen extra: calidad enmascarada y etiquetados confusos

La reciente evaluación realizada por la OCU sobre 23 aceites de oliva virgen extra disponibles en los supermercados españoles arroja luz sobre esta problemática

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El aceite de oliva virgen extra (AOVE) es uno de los pilares más destacados de la dieta mediterránea y un símbolo indiscutible de la gastronomía española. Su calidad, sabor y beneficios para la salud lo convierten en un producto imprescindible, no solo en las cocinas de los hogares, sino también en el ámbito cultural y económico del país. Sin embargo, detrás de su popularidad se esconde una realidad que a menudo pasa desapercibida: las contradicciones y deficiencias en su comercialización y etiquetado.

La reciente evaluación realizada por la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) sobre 23 aceites de oliva virgen extra disponibles en los supermercados españoles arroja luz sobre esta problemática. Según el informe, cinco de los diez aceites mejor valorados pertenecen a marcas blancas, con un precio medio por litro 1,5 euros inferior al de las primeras marcas. Esto parece una buena noticia para los consumidores, ya que demuestra que pueden acceder a productos de excelente calidad sin desembolsar grandes sumas de dinero. Sin embargo, esta ventaja económica se ve empañada por una carencia preocupante: la falta de transparencia en el etiquetado.

La OCU destaca que una parte significativa de los aceites analizados presenta deficiencias en su etiquetado. En muchos casos, no se incluye información básica como la fecha de producción o embotellado, la variedad de aceituna utilizada o datos claros sobre el envasador. Estas omisiones, además de ser injustificables en productos de calidad, dificultan que el consumidor pueda tomar decisiones informadas. Por ejemplo, el aceite de oliva es un producto que pierde calidad con el tiempo. Sin información clara sobre su fecha de elaboración, es imposible saber si estamos adquiriendo un aceite fresco o uno que lleva meses almacenado, comprometiendo sus propiedades organolépticas y nutricionales.

A esta falta de transparencia se suma la dificultad para interpretar la información que sí se incluye. En algunos casos, el lote y la fecha de consumo preferente están impresos con tinta negra sobre plástico verde oscuro, lo que hace prácticamente ilegible estos datos. En un mercado tan competitivo como el del AOVE, estas prácticas resultan inaceptables y afectan directamente al derecho del consumidor a acceder a productos correctamente etiquetados.

Pero la problemática del aceite de oliva va más allá del etiquetado tradicional. En los últimos años, ha ganado protagonismo el sistema Nutri-Score, un etiquetado nutricional frontal que clasifica los alimentos en una escala de colores y letras, de la A (verde) a la E (rojo), según su composición nutricional. Aunque este sistema se diseñó para facilitar elecciones de compra más saludables, su aplicación al aceite de oliva es un claro ejemplo de cómo puede fallar un enfoque generalista y simplista.

Nutri-Score asigna una puntuación baja al AOVE debido a su contenido calórico y graso, ignorando por completo su papel esencial en la dieta mediterránea y sus probados beneficios para la salud cardiovascular. Esta calificación puede llevar a los consumidores a evitar el aceite de oliva en favor de otros productos que obtienen mejores puntuaciones, pero que carecen de su calidad y valor nutricional.

Esto pone en evidencia una falla grave: la arbitrariedad con la que se determinan las reglas del Nutri-Score, lo que sugiere que el sistema no está respaldado por una sólida evidencia científica. De hecho, según una investigación reciente llevada a cabo por el Dr. Stephan Peters y el Profesor Dr. Hans Verhagen, la escasa bibliografía científica citada por los promotores del modelo Nutri-Score podría estar sesgada, lo que cuestiona su fiabilidad como herramienta para guiar decisiones alimentarias fundamentadas.

Este sesgo pone de manifiesto las limitaciones de un sistema que, lejos de simplificar las decisiones de los consumidores, termina ofreciendo una visión distorsionada de lo que significa comer de manera saludable. La paradoja es evidente: un sistema que pretende guiar hacia elecciones más saludables acaba penalizando un producto que la comunidad científica y los expertos en nutrición reconocen como fundamental en una dieta equilibrada.

En este contexto, surge una pregunta clave: ¿qué solución es viable para mejorar tanto el etiquetado tradicional como los sistemas de clasificación nutricional? Por un lado, los etiquetados tradicionales deben ser reformados para proporcionar información completa y accesible, como fechas de producción, variedades de aceituna y datos del envasador, que permitan a los consumidores elegir con conocimiento. Por otro, es fundamental revisar sistemas como el Nutri-Score para ofrecer una alternativa al sistema, que incorpore información real y que no simplifique en exceso la realidad de alimentos esenciales como el AOVE.

La necesidad de transparencia y rigor es innegable, pero también lo es la importancia de fomentar un diálogo entre los reguladores, los productores y los consumidores. Las etiquetas no solo deben cumplir con requisitos técnicos, sino también ser una herramienta pedagógica que permita a los ciudadanos comprender el verdadero valor nutricional y cultural de los alimentos que eligen.

El aceite de oliva virgen extra no es solo un producto alimenticio; es un símbolo de identidad, una pieza clave en la economía agrícola española y una referencia global en términos de salud y calidad. Sin embargo, su prestigio y reputación no pueden darse por sentados en un entorno donde los etiquetados confusos y los sistemas de evaluación incompletos pueden generar desconfianza y desinformación.

En conclusión, es imperativo avanzar hacia una normativa que contemple no solo la calidad intrínseca de los alimentos, sino también las características específicas de productos como el AOVE. Esto implicará un esfuerzo conjunto para redefinir las reglas de juego, incorporando la evidencia científica y el contexto cultural en los procesos de etiquetado.

En última instancia, lo que está en juego no es solo el futuro del AOVE, sino también la capacidad de los consumidores para tomar decisiones informadas y responsables en un mercado globalizado. Solo con sistemas de etiquetado más justos, claros y fundamentados podremos garantizar que alimentos como el aceite de oliva sigan ocupando el lugar que merecen en nuestras mesas y en nuestra sociedad.

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