Las figuritas de los nacimientos buscan acomodo en los desvanes, donde pacientes aguardarán la llegada de unas nuevas y celestes vísperas de la Inmaculada Concepción.
Los Reyes Magos se alejan de regreso al Lejano Oriente, después de descargar sus camellos (¿o dromedarios?) y Dios quiera que no se hayan olvidado de ningún niño. Ah, y a ver si de vuelta al lejano Oriente, pasan por el Próximo, y descargan toneladas de paz.
Sí, ¡ya se acabaron las navidades! Será esta frase evocadora de nostalgias vividas y presentidas para finales del año ya estrenado o, por el contrario, tendrá tintes de desahogo al echar el telón de las comilonas y el desenfreno consumista.
Y como todo llega, ya estamos casi en el ecuador de la llamada cuesta de enero, aunque este año, lamentablemente, no supondrá pronunciado desnivel para muchas economías familiares, las cuales, por obra y arte de la manida crisis económica que nos golpea, vienen padeciendo su particular cuesta de enero desde hace bastante tiempo.
El frío ambiente, característico del presente mes, se ve acentuado por un generalizado ambiente de desánimo en el personal, al que contribuyen los agoreros vaticinios de que en el presente año los efectos de la crisis serán más duros. Vamos, que la prosperidad que nos venimos deseando desde la Nochevieja por el Año Nuevo, la deseamos por inercia y con la boca muy chica.
Y así las cosas, no es raro que el ciudadano cuestione la aptitud y diligencia de nuestros gobernantes, en cualquiera de las múltiples administraciones territoriales en que se organiza (es un decir) nuestro Estado.
Por ello, es chocante que los políticos se echen a la calle cuan abrazafarolas (recuerdo para el popular José María García) a besar empalagosamente a los ciudadanos y palmear sus espaldas, con el exclusivo propósito de pescar el voto que les conduzca a la poltrona. Y ahora, cuando las cosas pintan mal, no dan la cara, refugiándose en el arduo trabajo y en complejas reuniones, evidentemente, todo con el fin exclusivo de solventar los problemas acuciantes del pueblo.
Además, últimamente, es preocupante la utilización por los dirigentes de los medios que están al servicio del ciudadano para su protección personal y salvaguarda de los derechos individuales y colectivos –las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado– para su autoprotección, frente a cualquier reivindicación de grupos que exhibiendo pancartas y coreando al unísono el cumplimiento de aquella promesa (hecha en jornada electoral) que se perdió por el camino.
Ahora bien, frente al aforismo de que “todo es susceptible de empeorar”, existe el antídoto de que “no hay mal que cien años dure”. Por ello, me incluyo en la minoría que piensa y desea que conforme avance el año vaya mejorando paulatinamente la situación general.
Anteayer, a eso de las diez de la noche, un furgón de la Cruz Roja llamó mi atención. Alrededor del mismo, entremezclados, un grupo de personas con petos llevando el distintivo de la Cruz Roja y otros, indigentes de los que nos encontramos a diario por nuestras calles. Los primeros repartían alimentos y cariño a los segundos.
¿A que si todos contribuyéramos, en la medida de nuestras posibilidades, a paliar los efectos de la crisis con actitudes similares a la anterior, sobrarían motivos para el optimismo?