Dicen que el afamado dramaturgo William Shakespeare afirmó que “el mundo es un escenario, y todos los hombres y mujeres son meros actores”. Y es que el escenario es la vida, y en él, los actores y actrices se suben para dejar de ser ellos mismos, transformarse en espejos deformantes en los que nos miramos, vemos nuestras vergüenzas, nos reímos de nuestra propia sombra, y expulsamos y racionalizamos aquello que nos cuesta digerir sobre nuestro yo. Los actores y actrices tienen un trabajo mucho más sutil que el de entretener: es el de hacernos pensar, zarandearnos y hacernos reaccionar. Son capaces, con una sonrisa en la boca, de darnos esa estocada emocional que hace falta para que despertemos y veamos donde nos encontramos y quienes somos.
Obras como ‘Una Casa sin Gobierno’, una comedia aparentemente inofensiva, son de una complejidad y una riqueza que puede pasársenos por alto, pero cuando salimos nos damos cuenta de que algunas frases se nos han quedado clavadas ahí, como agujitas minúsculas. Ése es el mérito de los actores, ése es el mérito de la obra en sí. El elenco de ‘La Madriguera’ fue capaz el día de Reyes de hacernos empezar el año con un mensaje claro, como nos explicaban desde ese cabaret oscuro y sensual en el cual los personajes nos pedían reflexión, y que despertásemos. Luego nos transportaban a una época pasada, pero con paralelismos importantes con la actual, donde la situación obliga al pueblo a reaccionar, a alzar la voz, a rebelarse. Todo ello con humor, con la mejor comedia, y haciendo uso de los personajes típicos de la Comedia del Arte, redibujados en esta ocasión para adaptarse al Cádiz de La Pepa.
Hacer llegar estos mensajes, tan sencillos y a la vez tan complicados, solo es posible gracias a una maquinaria de precisión. Los actores de ‘La Madriguera’ son geniales en muchos sentidos, y es complicado destacar a alguno sobre otro porque cada uno de ellos es una faceta más de ese espejo deformante. Gustaron mucho José Luis Alcedo, con su desternillante interpretación del Capitán inglés, así como enorme fue el trabajo de Simón Ramos, en sus dos facetas como clérigo y personaje pícaro y ladrón, la picaresca del pueblo obligado a sobrevivir como sea. Raquel Barcala se desdobló también para ofrecernos a una enamorada divertida y a la vez a ese ‘Pisha’ que desató las risas de los presentes cada vez que aparecía en escena. Pero todos y cada uno de los personajes están construidos con exactitud y mimo, y entre todos compusieron un cuadro hilarante y magnífico.
A pesar de que la obra está basada en la improvisación de los actores, transcurre de una manera fluida y suave, y las dos horas de espectáculo vuelan gracias a esa trama de enredo que mantiene al público entregado. El cabaret, siempre presente en escena, se muestra como un recurso ingenioso para los actores, que se cambian sobre el escenario sin distraer al público, que no pierde detalle de la trama central. La escenografía, sencilla pero adecuada, acompaña sin restar protagonismo a los personajes, que se mueven con libertad en esa casa abocada al desastre a causa del gobierno de la sinrazón. La música de Martínez Ares y Juanma Romero se convierten en la banda sonora perfecta para una obra gaditana nacida en Cádiz. Un concierto perfecto dirigido con maestría por Álvaro Sánchez de Medina.
En suma, una obra redonda, que tiene un objetivo muy claro: despertarnos. Los propios actores se preguntaban al final, “¿creéis que habrán comprendido, creéis que habrán despertado?”. Más nos vale.
Y para terminar, una petición a esta compañía roteña: por favor, no tarden en volver. No debieron ustedes de marcharse nunca. Aunque para que vuelvan, como mínimo tendremos que ofrecerles el cariño y el calor que les dimos el pasado día 6 de enero llenando el auditorio municipal.