Centenares de hosteleros de toda la provincia se han manifestado este martes en las calles del centro de Sevilla, unas protestas que se han repetido en todas las capitales de provincia de Andalucía. Piden ayudas para un sector que “ha vivido un año de abandono y de ruina” y, sobre todo, “que nos dejen trabajar”. El presidente de los hosteleros sevillanos, Antonio Luque, ha lamentado “que se haya tomado al sector como cabeza de turco”.
Los empresarios critican que tanto España haya sido el país de Europa que menos ayudas haya dado a la hostelería y que Andalucía haya sido la peor comunidad autónoma, con una sola ayuda de 1.000 euros a pago único. “La hostelería representaba el 7% del PIB andaluz antes de la pandemia y hoy tenemos 10.000 negocios cerrados y 70.000 trabajadores en la calle; y aún queda la finalización de los ERTE” afirman.
“Hemos visto muchos anuncios de ayudas con muchos adjetivos, pero no llegan”, afirma Luque “ellos están en su despacho, nosotros estamos en la calle”. Ha pedido responsabilidad a los empresarios para continuar respetando todos los protocolos. “La hostelería no es un foco de contagios, es un foco de empleo”, remata.
“Los hosteleros nunca han vivido mejor”, bromea un distribuidor que se ha acercado en la mañana de este martes a las protestas. “¿Cuándo ibas a encontrarte a un camarero a las 11 de la mañana paseando por la calle Sierpes?”. Sin embargo, si eliminamos el optimismo, la realidad es muy cruda: deudas, impagos, ERTEs, incertidumbre.
José Galiana tiene 5 bares en Sevilla con 53 empleados y describe la situación como “un desastre total”. Destaca que el principal problema es que para abrir un bar hay que tener unos gastos mínimos fijos independientes de los ingresos, “no se puede abrir un bar con la mitad del personal”.
“Yo que soy joven te digo que sigue habiendo botellones y las fiestas son en los pisos de Airbnb o Booking”, se lamenta Miguel E., un emprendedor sevillano que con 18 años fundó su propia empresa de márketing y gestión de eventos. Trabajaba con todas las discotecas de Sevilla, “donde se han respetado todos los protocolos y tienen terrazas que podrían ser espacios seguros”, afirma. Todo su negocio está paralizado.
Roció Iglesias lo tiene muy difícil para devolver los créditos ICO que le dieron para pagar los gastos cuando le obligaron a cerrar durante el confinamiento, por eso pide una prórroga. Sus tres locales alquilados, dos en Kansas City y uno en el centro, no rinden por las restricciones. De ellos dependen una quincena de trabajadores.
Aún más complicado lo tiene Fernando Dávila, pues tiene una empresa de catering para eventos y no ha podido hacer “nada, de nada, de nada”. Su negocio de 25 años solo puede resistir con préstamos 3 o 4 meses más. Por eso mira al horizonte del verano en el que reclama que se permitan unos aforos del 50% en las bodas, con “lo que ir tirando”.
De jubilaciones, sin nuevos contratos ni ERTE
Concha es pastelera en una empresa que proveía a bares del centro. Más de doscientos compañeros están en ERTE y “no ve un futuro nada halagüeño”. Está a varios años de la jubilación y “¿quién me va a contratar ahora?”. Tampoco sabe si después del ERTE podrá cobrar el paro. Pide buscar un equilibrio entre salud y economía “para que se puedan compaginar las dos cosas. No es normar que haya autobuses llenos y que se diga que en los bares se contagia”.
“¿Dónde hay más salud en los países desarrollados o en los subdesarrollados? Cómo va a haber salud si se arruina a un pueblo”, responde Marina Prieto, camarera en un bar de la Alameda. Rodeada de bares, ve “que todos tienen una gran responsabilidad”. Ahora está trabajando, pero ha tenido muchas dificultades para cobrar los ERTE, sobre todo el de la segunda ola, cuando el gobierno cambió el criterio y había que pedir la ayuda todos los meses. “He tenido que pedirle dinero a la gente para poder pagar porque no me llegaba el dinero de los ERTE”. Sin embargo, afirma con coraje, “yo no quiero que me ayuden, quiero que me dejen trabajar. Y si no se puede en la hostelería, que me den otro trabajo. Yo quiero contribuir”.
El ERTE del comienzo de marzo le llegó tres meses y medio tarde a Rafael Sánchez, cocinero “de toda la vida”. Ahora se queda dormido a las 10 de la mañana en el sofá después de haberse tomado el café con su mujer. No duerme por las noches. Y fuma, fuma mucho. El conocido bar en el que trabajaba en la calle Mateos Gago de Sevilla no ha abierto desde marzo del año pasado y “el Erte solo es un 70% del sueldo base”. Ha tenido que tirar de los ahorros.
El bar tiene 18 trabajadores que “somos como familia”. De hecho, Daniel Núñez es camarero y el sobrino de la dueña, que no abre el negocio por miedo a no cubrir gastos. Su tía fue la que transformó una cervecería tradicional de tres generaciones en un bar de tapas, y con el boom del 92 hizo la reforma. “En un bar de barra, que es lo que hay en la mayoría de los bares tradicionales del centro de Sevilla, es muy complicado,”, reflexiona Daniel.
Fernando González pensó que podría salvar su bar de Las Cabezas de San Juan con los repartos a domicilio, pero la oferta ha aumentado considerablemente y hay menos ventas. Su camioneta para vender hamburguesas por la noche lleva un año aparcada. Mientras tanto, se lamenta “la gente se gasta el dinero en comprar productos de calidad en los supermercados”. Y él, “escucha promesas de ayudas que luego no se cumplen”.
David Pérez, de la mano de su mujer, se ha acercado “para solidarizarme con los compañeros”. Aunque de los ingresos del bar que comparten en San Juan de Aznalfarache dependen los ingresos de su familia, que es numerosa, tienen tres hijos.
Esperando a las ferias de verano
Al mirar el material almacenado en las naves que tiene alquilada, Manuel Sánchez sólo ve chatarra. Su empresa se dedica a montar bares por las ferias, comenzando en la de Mairena en abril y terminando en octubre en Jaén. No ha tenido ninguna ayuda, como muchos de los empresarios de su sector, porque en marzo todavía no estaban dados de alta. Manuel está endeudado y el banco ya le ha quitado un local. “Hay gente que está pidiendo en Cáritas”, afirma. Espera que se permita volver a las ferias en verano, de otra forma.
Un año antes poca gente hubiera podido imaginar que se escuchara en la calle Tetuán, en pleno centro de Sevilla, cánticos como “salvemos el turismo/ salvemos la hostelería”. Hoy es un clamor.