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Martes 16/04/2024  

Sin Diazepam

Ya podéis contemplar mi colección de silencios y de caducas hojas que amarillean el suelo

Crucen ese puente, egoísta, oscuro y tenebroso, para dejar atrás la niebla que nos impide vernos a nosotros mismos. Es canibalismo es estado puro...

Publicado: 23/12/2022 ·
13:49
· Actualizado: 23/12/2022 · 18:32
  • En el otoño de mi vida. -
Autor

Younes Nachett

Younes Nachett es pobre de nacimiento y casi seguro también pobre a la hora de morir. Sin nacionalidad fija y sin firma oficial

Sin Diazepam

Adicto hasta al azafrán, palabrería sin anestesia, supero el 'mono' sin un mísero diazepam, aunque sueño con ansiolíticos

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  • . Corred para, bruscamente, detenerse y contar los latidos colocando la mano en el pecho
  • Recréense en los defectos, tóquenlos con la yema de los dedos. Sin miedo. Reconózcanlos. Y luego, desaprendan
  • Abrazad a quien más queremos. Rodead sus cuerpos con los brazos y colocad la cabeza junto a sus cabellos

Coleccionar silencios y las caducas hojas que amarillean el suelo. Desnudarse en una playa azotada por el fuerte viento. Correr para, bruscamente, detenerse y contar los latidos colocando la mano en el pecho. Despertar al alba, cerrar los ojos y tratar de recordar los sueños de la noche anterior. Maravillarse con el potencial de nuestros cerebros, capaces de dar voz, mezclar escenarios y paisajes, diseñar la ropa e incluso recrear los gestos de todas aquellas personas con las que soñamos. Aguantar la sed. Aguantar la sed. Aguantar la sed y luego, sedientos, abrir la nevera, coger una botella de agua fresca y beber. Y beber. Ingerir con parsimonia hasta que deje de ser insípida, hasta que cada una de sus moléculas, hasta que cada uno de sus átomos de hidrógeno y oxígeno, cobren vida mientras humedecen desde las encías hasta la profundidad de nuestras entrañas. Relamerse los labios y pensar que ya forma parte de nuestra sangre y que mañana se transformará en nuestro sudor para que transpiren nuestros esfuerzos, en saliva que erotiza los besos, en lágrimas para verter en el andén de las despedidas, en la orina que hace rebosar la vejiga y nos obliga a despertarnos poco antes del alba para cerrar los ojos, con la frialdad de las baldosas del baño trepando por los pies y tratar de recordar un sueño que no debemos, ni queremos perder. Abrazar a quien más queremos. Rodear sus cuerpos con los brazos y colocar la cabeza junto a sus cabellos. Apretujarnos como si quisiéramos convertirnos en un solo ser para, bruscamente, pecho con pecho, contar los latidos de sus corazones y sincronizarlos con los nuestros. Dejarse llevar por el amor, no temerle, no esconderlo, hacerlo libre, dejar que vuele y que se pose en el nido sin pensar en si le conviene, si nos conviene. Y si llueve, salir a la calle sin paraguas, sin chubasqueros… caminar con el único objetivo de encontrar un arcoíris. ¿Cuántos arcoíris hemos contemplado desde el día que nacimos? Seguro que son menos que las veces que hemos discutido. Cambiemos esa dinámica, estúpida y sinsentido. Busquemos arcoíris, coleccionemos silencios y las caducas hojas que amarillean el suelo. Seamos conscientes de la única seguridad, la única verdad que ocultamos tras los párpados. La única verdad que apenas se vierte en las barras de los bares o entre los compañeros de trabajo. Seamos conscientes de nuestra propia muerte. Seámoslo pero no para deprimirnos, no para amargarnos, no para entristecernos. Seámoslo para deshacernos de lo nimio, de lo intrascendente, lo insignificante, de lo vacuo, lo superficial, lo insustancial, lo trivial, lo vacío, lo fútil, lo pueril… que precisamente es de lo que más llenamos nuestras vidas, nuestras existencias. Busquemos arcoíris, coleccionemos silencios y las caducas hojas que amarillean el suelo. Pensar en los demás sin dejarse influir en lo que los demás piensen de nosotros. Andar los caminos. Equivoquémonos de destino las veces que hagan falta. Miremos hacia dentro, rebusquemos en nuestras almas,  adentrémonos en las grietas por las que se nos escapa la autoestima. Recréense en los defectos, tóquenlos con la yema de los dedos. Sin miedo. Reconózcanlos. Y luego, desaprendan. Crucen ese puente, egoísta, oscuro y tenebroso, para dejar atrás la niebla que nos impide vernos a nosotros mismos. Es canibalismo es estado puro pero es la única forma de sentirnos desnudos en una playa azotada por el fuerte viento. Correr para, bruscamente, detenerse y contar los latidos colocando la mano en el pecho. Ya camino sin miedo a mi destino. Ya recuerdo todo lo que sueño. Ya aguanto la sed y le doy sabor a las aguas. Ya veo arcoíris porque soy capaz de inventarme incluso los días de lluvia. En el armario, de grietas grises y alma plena, podéis contemplar mi colección de silencios, mi colección de las caducas hojas que amarillean el suelo.

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