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Torremolinos

Las cuevas de Torremolinos (2)

En estas crónicas, Jesús Antonio San Martín, desarrolla lo más representativo del ayer y el hoy de Torremolinos.

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Una de las cosas que más sorprenden a quienes, después de buscar el lugar idóneo donde vivir el resto de sus días, finalmente se deciden por Torremolinos, es, además de la abundancia de manantiales, la profusión de cuevas prehistóricas -o consideradas como tales- en el territorio. Es éste un tema que la promoción cultural del municipio trata de recalcar más acentuadamente, ya que la mayor parte de los visitantes se marchan sin conocer y apreciar este valioso tesoro que encierra en su seno la soberana del turismo sureño. Las cuevas de Torremolinos son un aliciente más en el patrimonio cultural del pueblo. Bien es cierto que difícilmente pueden visitarse, como es el caso de otras conocidas cuevas de España; pero su existencia en el lugar habla significativamente, aunque en silencio, de la importancia social que en la noche de los tiempos pudo haber tenido este paradisíaco suelo, tan abundantemente regado por aguas purísimas y ricas en calcio y magnesio, elementos tan imprescindibles para la salud.

Además de las grutas que, al pie de la llana serranía, albergan copiosos manantiales que abastecen de agua a la ciudad de Málaga, en Torremolinos se han descubierto, entre otras, las cavernas de carácter prehistórico que responden a los nombres de: Cueva del Tesoro, Cueva del Encanto, Cueva Tapada, Cueva de los Tejones, Cueva Hoyo de la Mina, Cueva del Cortijuelo, Cueva de Carramolo, Cueva del Lagarillo del Olmo, Cueva del Toro (así llamada por su enorme espeleotema en figura de toro)... Es posible que existan otras, jamás descubiertas.

En la Memoria que sobre las Cuevas de Torremolinos redactó en 1946 el Comisario de Excavaciones Arqueológicas de Málaga, don Simeón Giménez Reyna, se cita además la existencia de una cueva bajo la cimentación del antiguo Colegio de Huérfanos, hoy Centro Cultural Pablo Ruiz Picasso. En El Bajondillo, junto a la playa, se descubrió asimismo la cueva múltiple del mismo nombre, de gran extensión, que se está abriendo paso entre las más importantes de España y que en la actualidad es objeto de intenso estudio por los eruditos.
La que más popularidad ganó en su día fue la Cueva del Tesoro, descubierta en la Cuesta del Tajo en el último tercio del siglo XIX. Su ubicación exacta se ha perdido, aunque seguramente la gruta yace bajo los cimientos de algún inmueble. En 1884 el arqueólogo Eduardo J. Navarro, que exploró la cueva con su homólogo Eduardo Palanca, publicó un estudio sobre la misma. Con una superficie de unos veinte metros cuadrados, la cueva contenía nueve cráneos, alargados y de frente achatada, de individuos de distintas edades, con dientes careados.

Junto a los cráneos se hallaron diversos huesos de humanos y de animales, cuchillos, flechas, punzones, una hoz o formón de sílex, un hacha de diorita, una vasija de cerámica y otros restos también de cerámica, e igualmente joyas y adornos consistentes en collares, brazaletes y un anillo de hueso. Las joyas estaban elaboradas con valvas de moluscos, piedra y huesos. Dos de ellas utilizaban como materia prima colmillos de jabalí. El autor del estudio considera el anillo descubierto en la Cueva del Tesoro como un ejemplar insólito y estima que debió de pertenecer a algún encumbrado personaje.
De igual manera aprecia el Sr. Navarro que la oquedad era una habitación sepulcral, al no haberse hallado rastros de ceniza ni de humo procedentes del hogar donde se cocinarían los alimentos, ni restos de sílex que sobraran de la fabricación de utensilios. Lo mismo podría afirmarse de las demás cuevas, ya que en la antigüedad era común enterrar a los difuntos en cuevas, costumbre que seguramente fue heredada de los remotos antepasados.

Hacia 1915 el investigador Miguel Such excavó en Torremolinos la Cueva Tapada, de la que extrajo ocho hachas de piedra, dos de ellas votivas, y cinco puntas de lanzas, todo lo cual fue a parar al Museo Arqueológico de la Alcazaba de Málaga, junto con otros objetos que el señor Such halló en ésta y en otras cuevas de Torremolinos. En la sección que el Museo dedica a Miguel Such se contemplan asimismo diversos vasos pintados en rojo y no decorados, una fíbula de bronce, adornos de conchas perforadas y restos de animales. Las hachas votivas bien pueden dar fe de que la cueva en cuestión fue una sepultura, pues tales utensilios, que no tenían utilidad en la vida cotidiana, se utilizaban como emblemas sepulcrales, junto con otros simbólicos enseres y ornamentos.

Para una consideración algo más extensa de algunas de estas cuevas remitimos al lector a los trabajos de los historiadores locales Juan José Palop, Carlos Blanco y Juan Trujillo, entre otros. Y como colofón, sirva la tradicional creencia de que, entrando a cierta profundidad en la Cueva del Toro, medio kilómetro más arriba de los manantiales, es posible, o lo era en otro tiempo, escuchar el rumor de las olas estrelladas contra el acantilado del Peñón del Castillo, lo que supondría que las galerías de dicha Cueva del Toro atravesarían todo el subsuelo de Torremolinos hasta alcanzar el mismísimo límite del mar.

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