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Torremolinos

Fuerzas y poderes

El ciudadano de este mundo no vive sólo de proyectos políticos, precisa sentir una justicia en igualdad, sentirse protegido por ella. También necesitamos el pan de los valores, el amor de la literatura, la trascendencia de las religiones.

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  • Todas las religiones pueden favorecer la búsqueda de otros horizontes a la luz de la espiritualidad
  • La democracia dista mucho de esas hazañas arbitrarias que no tienen voluntad colectiva y debe ser transparente
Fuerzas y poderes gobiernan al mundo y desgobiernan al ser humano. Estalla el planeta. Aprendamos la lección del cosmos. En el universo hay unas fuerzas que son vitales. Es notorio. La de atracción que una masa ejerce sobre otra por el vínculo de la gravitatoria. El nervio de la electromagnética con las mutaciones físicas y químicas de átomos y moléculas. La interacción entre partículas fundamentales. Aquí abajo, en la tierra, también tenemos fuerzas que son fundamentales. Lo malo es cuando se solapan o se interfieren unas a otras. Saltan chispas que suelen hacer un daño tremendo. Cada una debe tener su espacio y su misión. Se superarían muchos conflictos. A veces tendrán que actuar las fuerzas políticas, otras será mejor avivar una fuerza espiritual, en ocasiones las fuerzas de los Estados unidos o la de la justicia, pongamos por caso.
Al hilo de lo anterior, por ejemplo, la reciente aclaración de Benedicto XVI me parece muy oportuna: la Iglesia no es un poder político. Sin embargo, puede ser una fuerza necesaria en un momento dado, para que el ser humano pueda percibir la verdad que busca en su fuero interno, puesto que esta capacidad de discernimiento está a menudo obstaculizada por intereses particulares, por sectarismos, que nos impiden vernos por dentro. Precisamente, porque las religiones, todas ellas, no son parte política, pueden favorecer la búsqueda de otros horizontes a la luz de la espiritualidad, haciendo hablar a la razón, un lenguaje preciso y necesario, puesto que a tenor de la idea kantiana, todo nuestro conocimiento arranca del sentido, pasa al entendimiento y termina en el raciocinio.
En otra época cohabitaban fuerzas que a mi juicio han perdido valor, que no valía. La fuerza de los literatos es una clara prueba. La literatura ha dejado de interesar como combate y tampoco puede ser un poder político; puesto que, lo que engendra, es una llamada a la autenticidad, al ingenio. La idea cervantina de que la pluma es la lengua del alma impide cualquier contaminación partidista. Andrés Sorel, director de República de las Letras, órgano de la Asociación Colegial de Escritores de España, con buen criterio en la revista núm. 111 de febrero 2009, se interroga sobre si ¿agoniza la literatura? Su apreciación es tan interesante como verídica. Es cierto, servidor también lo piensa así, que el pensamiento, la imaginación y el lenguaje, cada vez, en cambio, ocupan menos espacio en la discusión y el análisis. Y lo que es peor, también en los programas curriculares de nuestros escolares.
Asimismo, el arte de la palabra se ha mediatizado y mediocrizado. Muy pocos literatos, por otra parte, cultivan la manera más profunda de leer la vida con el abecedario de la independencia, de no casarse a poder alguno. Consecuencia de todo ello, es que la fuerza de los literatos se ha devaluado, camina a ras del suelo, quizás por escribir al dictado del poder político, tal vez por seguir las consignas del poder de mercado, seguramente por un poco de todo. Una verdadera lástima, porque lo literario es la expresión del ser humano que más ayuda a vivir al hombre, es la confirmación de la humanidad. El hombre crea letras y, mediante la conjugación de esas letras embellecedoras, se crea a sí mismo e invita a recrearse a los demás. Se forja y se descubre a sí mismo con el esfuerzo interior del espíritu, del pensamiento, de la voluntad, del corazón. Y, al mismo tiempo, crea la cultura en comunión con los otros. Un cultivo que es la expresión del comunicar, del pensar y del colaborar juntos.
Por el contrario, han adquirido fuerza otras fuerzas que nos embrutecen el alma. Si ya en su tiempo, Simón Bolívar, nos dijo que había que huir del país donde uno solo ejerce todos los poderes porque se convierte en un país esclavo; también debemos huir de esos poderes corruptos, fanáticos e intransigentes, que únicamente van en pos del dinero para servirse ellos y los suyos, en vez de ir en pos del ser humano provenga de donde provenga. El Estado tampoco puede ser un mero poder político, ha de sustentarse en otros poderes, justamente porque las decisiones no deben concentrarse. En efecto, en ocasiones el ciudadano se encuentra protegido contra otros seres humanos, pero no contra el propio engranaje del Estado, el cual puede oprimirlo. ¿Quién no ha oído hablar de una administración poderosa, inclusive en los Estados democráticos? Por ello, una de esas fuerza prioritarias es la separación de poderes, idea que fue batalla permanente y común entre los diversos pensadores del siglo pasado y que, ahora, más de un gobierno que se dice democrático, actúa disfrazadamente como si el Estado fuese él mismo y su corte partidista. La democracia dista mucho de esas hazañas arbitrarias que no tienen voluntad colectiva y debe presentarse transparente, porque al fin y al cabo no ha de vencer como los regímenes dictatoriales, sino convencer al pueblo del que emanan los poderes y, así, poder ganarse la confianza de la ciudadanía.
En el planeta que nos ha tocado vivir tiene que haber, pues, unas fuerzas capitales que nos retornen a la estética de la vida, al igual que en el universo hay unas interacciones físicas que nos unifican. Que las religiones se nieguen o que la literatura se arrincone, es una equivocación. Está visto que la excesiva politización incrustada en los poderes, al igual que el exorbitante poder económico de mercado, aborrega y deshumaniza. El ciudadano de este mundo no vive sólo de proyectos políticos, precisa sentir una justicia en igualdad, sentirse protegido por ella. También necesitamos el pan de los valores, el amor de la literatura, la trascendencia de las religiones. Todo ello para hallar respuestas a lo que somos y por qué vivimos.

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