Trabajadora y Madre
Ahora, como todos los años, dedican un día a “echar cuenta” de que existen las mujeres trabajadoras. Quizás muchos nos hayamos preguntado el por qué de este día. Así como el 1 de Mayo tiene su origen en las movilizaciones de los trabajadores de Chicago, que a finales del siglo XIX, reivindicaron la jornada de 8 horas y la dramática represión que se cebó sobre ellos, el día de la mujer trabajadora tiene su origen en el incendio que provocó la muerte de 146 mujeres en la fábrica Triengle Shirtwait de Nueva York un 25 de marzo de 1911.
Los días pasan con sus afanes y ocupaciones dejando la consciencia casi adormecida por las idas y venidas en nuestras tareas. Casi no tenemos tiempo para percatarnos de que vivimos y mucho menos de que a nuestro lado, literal y físicamente junto a nosotros una mujer, cientos de mujeres llevan sus vidas y las de los suyos adelante. Lo femenino inunda la realidad con una omnipresencia constante y sin embargo poca relevancia social se le atribuye. No son fechas para glosar odas a las virtudes que lo adornan, sino momentos de reflexión sobre su impacto en nuestras vidas.
La maternidad es un hilo conductor que enlaza los géneros. Lo masculino y lo femenino son, de momento, imprescindibles para iniciarla, aunque lo femenino se basta y sobra para desarrollarla mucho más lejos del parto y hasta el fin de los días. Esta especialísima relación entre el ser que permite la vida del otro y su constante cuidado, marcan nuestra especie de tal forma que sin la maternidad hace cientos de miles de años habría sido descartada por la selección natural. Un hecho de esta envergadura transcurre casi en el anonimato durante semanas, meses incluso años, siendo esencial para la existencia de nuestra sociedad.
Mucho se dice ha avanzado nuestro modelo social en coberturas sociales, sanitarias, educativas… con respecto a otras épocas históricas, pero seguimos sin tener en consideración la enorme aportación social que la maternidad realiza. Seguimos anclados en una concepción de la maternidad como algo individual sin percatarnos que la vida, sobre todo en sus inicios, requiere de cuidados y que estos exigen un gasto energético importante. Las madres tienen que vivir para su prole y también para sí mismas. No es justo en este momento seguir exigiendo un doble sacrificio a aquellas personas que optan libremente por ser madres. Tienen el derecho a ser personas, y ello supone su proyección social, cultura y profesional, por un lado, y por otro tienen el deber de cuidar a quienes ellas han traído al mundo. Y en esta doble “briega” muchas se encuentran prácticamente solas. Esta soledad se agudiza hasta límites insoportables llegando a producirse una desgarradora decisión o casi imposición y se interrumpe el embarazo. Todavía hay quienes instalados en su cómoda vida o en su castillo de moralina no comprenden esta tremenda tragedia, animando a la Justicia a que persiga el delito de no haber querido ser madre.
Así como se quemaron vivas en el funesto incendio de la fábrica de tejidos de Nueva York 146 mujeres, así se queman en el altar de la codicia las vidas de millones de mujeres. El diario “mal vivir” que arrastran, el miedo invencible (término jurídico que exculpa) las atenaza y no hay más salida que no ser, negando la posibilidad de ser a otro. ¿Quién se cree con derecho a imponer sin juicio esta condena perpetua a una mujer? ¿Cómo alguien puede pensar que se puede imponer la maternidad? Una sociedad donde una mujer no puede vivir con alegría el ser madre tiene mucho en que pensar y sobre todo cambiar. Fdo. Rafael Fenoy Rico Comunicación CGT