Sebastián nació en Villa del Río hace 26 años. Casi la mitad son los que lleva detrás del cincel y del barro, de la policromía y la pasión por las figuras de Pasión. Sus trabajos, como también algunos de sus críticos, son conocidos en la Semana Santa provincial. Estudió en la Escuela de Artes y Oficios de Córdoba, aunque hay una escuela a la que están llamados los que tienen un don formado, antes de formarse ellos en la teórica y la práctica.
Le llegó la oportunidad de trabajar para esta hermandad baenense y por él no quedó. Siempre suele ser difícil el acuerdo entre artista y mecenas (si se nos permiten ambas expresiones), sobre todo la segunda. Queremos decir entre quien encarga y quien lleva a efecto el encargo, fundamentalmente porque el dinero de los cofrades no es mucho y porque, aunque el arte nunca esté suficientemente valorado, hay que ponerle ceros al trabajo de meses y al ingenio natural.
La Semana Santa suele ser punto de referencia para Sebastián Montes. Fundamentalmente en lo que a la terminación de imágenes se refiere. El año natural de enero a diciembre, para el villarense que trabaja en su taller de Córdoba, se estira desde la Pasión hasta la siguiente Pasión, once o trece meses, según los casos, en los que desarrolla los encargos. “Cada año, entre Semana Santa y Semana Santa suelo hacer unas cuatro figuras nuevas y un par de restauraciones” dice Montes Carpio. Refiriéndose a estos dos azotantes que ha creado para Baena, basándose en modelos reales, está convencido de que “van a gustar pues están modelados basándome en personas reales que posaron, modelos de la calle y, por tanto, con expresiones naturales”. Insiste en la idea de los modelos significando que “no eran personas muy cuerdas sino un poco para allá, feos y con ideas malas”. Algo así como que el imaginero es el director de la película y debe buscar los personajes que mejor sirvan al guión.
—Y la tienen...—
La curiosa coincidencia de una excrecencia cutánea que es algo más que un parecido razonable entre la figura y el cuadrillero
Con la renovación hace meses en el cargo de cuadrillero de la Hermandad de los Azotes en la persona de José Vico, tanto él como su directiva vieron la necesidad de que el paso del Señor se viera acompañado en la peana por dos sayones, dos azotantes que le dieran más realismo a la imaginería que procesiona el Miércoles Santo. El empeño les está saliendo y, coincidencia o no, seguro que hay más de lo primero que de lo segundo, y quien sabe si para agradecer esa insistencia o para acentuar más los rasgos de la cara, hete aquí que uno de los dos azotantes, que sepamos, a la izquierda de su nariz, casi en la intersección de la prominencia con el labio superior, pero en plena arruga que marca lo abultado de la mejilla, el escultor ha querido colocar una verruga. Mismo sitio, mismo lugar tiene en la figura de barro, que el que ocupa, en la cara del cuadrillero José Vico, en la misma carne. Coincidencia bastante curiosa que no pasa desapercibida a ningún primer plano tanto de la cara de barro del nuevo sayón, como del rostro del renovado cuadrillero de los “Beregenos”. Un momento, que creo que tenemos que reformar y rectificar la información (sin que nadie nos lo pida), apuntada en las anteriores líneas, que contando creo que son unas treinta. Resulta que observando detenidamente a los dos azotantes que van a flagelar a Jesús, sus caras, más concreto, sus pliegues de la mejilla con la mandíbula en la zona izquierda del rostro, proximidad de la nariz, tienen ambas la verruga, idénticamente sospechosa...
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