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Obsesión histórica

El 1 de abril se ha conmemorado el final de la última guerra civil española. Sí, digo bien, la última porque ha habido bastantes más antes que ésa...

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El 1 de abril se ha conmemorado el final de la última guerra civil española. Sí, digo bien, la última porque ha habido bastantes más antes que ésa. Habrá lectores que se sorprendan ante esta afirmación, pero hagamos memoria histórica. Desde que España es España, es decir, un estado conforme al concepto que surgió en el siglo XV, hemos pasado por innumerables conflictos civiles, desde enfrentamientos como el de los comuneros en el reinado de Carlos I de España y V de Alemania hasta la Guerra Civil de 1936-39, pasando por la guerra de sucesión a la Corona de España a comienzos del siglo XVIII, tras la guerra de independencia o las guerras carlistas a principios y finales del siglo XIX respectivamente. Todas ellas fueron conflictos civiles que enfrentaron a vecinos contra vecinos y a hermanos contra hermanos. Y, sin embargo, que yo sepa, no se conmemora ninguna de ellas a excepción de la última. Los españoles, que solemos tener una malísima memoria a la hora de recordar nuestra historia, y más específicamente los políticos españoles, se han empecinado en los últimos treinta años en mantener vivo el recuerdo, o más bien la pesadilla, de nuestro último enfrentamiento fraticida. Cuando aún está vivo el horrendo trauma colectivo que supuso nuestra última guerra civil con heridas aún plenamente abiertas en muchas familias que todavía no han podido enterrar a sus muertos de una forma digna, los medios de comunicación hurgan, una y otra vez, en las llagas que son los exilios forzados de tantos niños de aquella época, se empeñan en recordar el horror de los bombardeos, de las matanzas, de los martirios de tantos seres humanos cuyo único pecado fue tener unos ideales políticos y luchar por ellos, cuando no, simplemente, aferrarse al bando que les ofrecía supervivencia. En la España de 2009, donde conviven ancianos que sufrieron nuestra última guerra civil con jóvenes que, gracias a nuestro empobrecido sistema educativo, no saben distinguir entre fascismo, estalinismo o democracia, se ha creado la convicción en amplias capas de la población de que la Historia de España se limita a la invasión de los musulmanes, la proclamación de la república, la Guerra Civil del 36-39 y la dictadura franquista. Es un error garrafal pretender que sólo nuestro pasado histórico más reciente nos ha hecho ser como somos olvidando toda nuestra Historia anterior. Tanto influyó en nuestro presente la última guerra civil como la provocada por la rebelión del Rey Fernando I de Castilla contra Bermudo III de León, la guerra de sucesión entre los partidarios de Felipe V y los del archiduque Carlos de Austria o el enfrentamiento civil y de clases que supuso la invasión napoleónica que abrió en España una era de luchas civiles entre los partidarios del absolutismo y los del liberalismo.

La guerra de 1936-39 todavía, a día de hoy, levanta pasiones y choques viscerales entre los hijos y nietos de quienes la sufrieron en primera persona. Setenta años no son suficientes para superar un conflicto civil y es demasiado pronto como para hacer un análisis histórico riguroso y presentar los hechos de una forma imparcial y desapasionada.

En otros países de nuestro entorno cultural también sufrieron guerras civiles, sin embargo, ellos se sobrepusieron a tamaños percances históricos refugiándose en la unidad por la patria y renunciando sinceramente a parte de las diferencias que les separaban para lograr superar las hostilidades. Fueron los casos de la dictadura de Cromwell en la Inglaterra de 1653 a 1658 o la guerra civil en los EEUU de 1861 a 1865.
En España hemos optado por seguir removiendo nuestro pasado más objetable, nuestros peores momentos y seguir enfatizando las virtudes y vicios de uno y otro bando en lugar de dejar descansar a nuestros muertos y permitir que la Historia, esa acumulación de gestas colectivas que describe a los pueblos y naciones, se tome el tiempo y reposo suficientes para que la Guerra Civil de 1936-1939 pueda estudiarse de una forma científica por las generaciones venideras. Cuando las generaciones más mayores dejen de derramar lágrimas por esa guerra, sólo entonces estaremos preparados para conmemorarla como un hecho más de nuestra Historia.

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